Un amigo periodista en un ensayo

Me tiro sobre un almohadón en el piso alfombrado. No he dormido pero no estoy cansado. Siete largas horas de un frío viaje nocturno me impidieron conciliar el sueño. No hay asientos en esta especie de sala de ensayo completa de instrumentos musicales encuadrados en los llamados de percusión. Realmente desconocía la existencia de tanta variedad de instrumentos de esta naturaleza. En esta sala parecen estar todos los existentes en el universo. Una estantería los sostiene sobre una de las paredes. Cuelgan del techo. Se montan unos sobre otros. Ahora me doy cuenta que, hasta aquí, no he prestado mayor atención al color de la alfombra. Es azul muy oscuro.

Mi honorable rol es el de preparador y cebador de mates. Entonces cebo y tomo mates. Los comparto en las pausas de los tambores. No conozco a estas mujeres. Un año universitario de amistad, hace ya más de una década, me une a una de ellas. Del resto ni siquiera recuerdo el nombre. Me lo dijeron al presentarse hace apenas una hora pero tengo por costumbre no memorizar los nombres de la gente y entonces no los recuerdo. Son desconocidas pero me gusta estar presenciando este ensayo. Algo hay en el ambiente que me hace sentir cómodo y no soy de sentirse cómodo fácil. Pero el ambiente es amable y los tambores generan una atmósfera especial que lo envuelve a uno y lo retiene en el lugar con una sensación de nada malo puede pasar en estos momentos.

Cinco mujeres tocando tambores. Nunca visto. Al menos para mí, nunca visto. Ya sé que yo no sé de este tema de la música pero convengamos que no es habitual ver a cinco mujeres tocando tambores. Me gusta. Lo digo desde mi simple lugar de oyente. Son profesionales, eso se nota. Mucho detalle contemplado, mucha concentración. Cortan y arrancan como si nada. Siempre he admirado ese talento en los buenos músicos de detenerse en mitad de una composición y poder recomenzar con solo mirarse. Es una señal de talento pero también de trabajo y cuando se juntan talento y trabajo…

No se puede fumar aquí. La alfombra, los instrumentos y la condición de no fumadora de la dueña de casa establecen la prohibición. Salgo a un patio en una pausa del ensayo. No sé porque espero a un corte si mi presencia en la sala no aporta en nada a lo artístico pero espero el corte. Tal vez la espera en realidad sea una resistencia interior a abandonar esa atmósfera de los tambores. Una de las chicas viene conmigo. Es la más grande de todas. Linda mujer. Todas son lindas mujeres en realidad. Charlamos en un patio interno de este espacio dedicado al arte en sus diversas formas. Me cuenta sobre el grupo, su formación y sus planes a futuro. Me agrada lo que cuenta y noto que a ella le agrada contarme. Es que auténticamente a estas chicas les gusta mucho la percusión, el canto y el baile. Adentro se escuchan las melodías brotando desde los tambores que siguen sonando y sonando y que lo harán algunas horas más. Muchas horas más de ensayo que se repetirán en los días siguientes. Parecen incansables en la búsqueda de la melodía deseada y de la ejecución perfecta. Improvisan. Inventan. Imaginan nuevas combinaciones sonoras. Lo hacen con naturalidad. Con simpleza. Cantan. La versión de Milonga Sentimental es hermosísima. La repiten. ¡Buenísimo! ¿Mejor? No sé decirlo con exactitud pero ellas parecen más conformes que la primera vez. Igual recomienzan…Ríen. Sonríen entre ellas. Se ve que salió mejor…

Hay una energía especial en estas chicas o tal vez en estos tambores. Lo que es claro es que hay una energía especial. Vaya uno a saber de donde proviene. Quizás de ambos, de chicas y tambores. Es cierto que esos parches tienen un encanto particular pero estas mujeres no se quedan atrás. Que linda forma de expresarse y que bien utilizada. Que suenen, por siempre, estos tambores.